Capítulo 187
La enfermera salió.
—
En ese momento, se escuchó la voz del secretario Francisco desde fuera de la puerta: Presidente, esa herida en su mano realmente no puede seguir sin tratamiento. Debe atenderla cuanto antes, o de lo contrario, su mano quedará inutilizada.
Raquel levantó la mirada y, cerca de la puerta, vio la figura alta y elegante de Alberto. Él había
estado allí todo el tiempo.
El secretario Francisco miró a Raquel con súplica: –Señora, la mano del presidente sigue sangrando, por favor, diga algo.
Raquel observó la sangre en el suelo. Esa mano de Alberto probablemente necesitaría muchas
puntadas.
Raquel se levantó y caminó hacia la puerta.
Alberto la observó mientras se acercaba. Su imponente figura se movió ligeramente, y en sus
ojos brilló una luz.
El secretario Francisco, emocionado, dijo: -Sabía que la señora aún se preocupa por el presidente. Presidente, debe atenderse rápidamente…
Pero en el siguiente segundo, Raquel extendió la mano y cerró la puerta del hospital de golpe.
¡Pum!
La puerta golpeó la cara de Alberto y del secretario Francisco.
Secretario Francisco: …
La luz en los ojos de Alberto se apagó de inmediato. A través de la pequeña ventana de vidrio, vio cómo Raquel regresaba a la cama, tomaba la mano de Ramón y se quedaba dormida junto a
él.
Alberto esbozó una sonrisa amarga.
Alberto sabía que Ramón ya se había despertado. Había pasado una semana, y Ramón se estaba recuperando bien.
Alberto se encontraba en la oficina del presidente, revisando documentos, cuando su teléfono
sonó. Era una llamada de doña Isabel.
Desde que Raquel había llevado a doña Isabel a tomar café y hacerse un masaje en los pies, ella
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había sido castigada y se le había prohibido salir de casa.
Hola, abuela.
–Alberto, ¿qué están haciendo tú y Raquelita últimamente? ¿Por qué no vienen a casa a acompañar a su abuela? Esta noche quiero que traigas a Raquelita para cenar, la abuela los
extraña La voz cariñosa de doña Isabel llegó al oído de Alberto.
Alberto tenía la mano izquierda vendada con una gasa blanca. Le habían puesto 23 puntos, y aún no se había curado.
Con la mano derecha, sostenía el teléfono sin decir nada.
Sabía que Raquel había estado cuidando a Ramón en el hospital sin separarse de él ni un momento durante toda la semana.
-Alberto, ¿me oyes? Te estoy pidiendo que traigas a Raquelita para cenar.
En el rostro de Alberto no se reflejaba ninguna emoción. Respondió simplemente: -Sí, está bien.
Esa noche, Alberto regresó a casa de los Díaz.
Doña Isabel lo recibió con alegría, pero pronto su rostro mostró una expresión de desconcierto. -Alberto, ¿por qué vienes solo? ¿Dónde está Raquelita?
Alberto había llegado en su auto sin ella.
Al ver la decepción en el rostro de doña Isabel, Alberto respondió: -Abuela, ella está ocupada con la escuela. Si la extrañas, puedes llamarla tú misma y pedirle que venga a cenar.
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