Capítulo 255
Raquel realmente no esperaba que él regresara. Justo antes, Ana lo había llamado por celular, exigiéndole que la acompañara, y él no fue.
Ana era su adoración, y en el pasado, cuando le habían dado escopolamina para aprovecharse de ella, con solo una llamada de Ana, él había ido corriendo a salvarla.
Pero esa vez fue bastante diferente.
Con el carácter de Ana, no sabía cómo reaccionaría esa noche, cómo se desplomaría y perdería el control.
Alberto la miró.—¿En qué pensabas hace un momento?
Cuando estaba de pie detrás de ella, la observó bajar la cabeza, completamente tranquila, sin saber qué pasaba por su mente.
De repente, recordó a la jovencita en la cueva de hace años, que también se había mostrado tan callada y aislada como ella.
Eso lo hizo sentir la necesidad de cuidarla, consentirla.
Alberto no entendía por qué veía en Raquel la imagen de aquella muchacha.
Raquel no quiso decir nada.–En realidad, no pensaba en nada.
Alberto no insistió. Miró hacia abajo, observando su camisa y pantalones mojados. Cuando giró, el agua del vaso que ella sostenía se derramó sobre él.–Mi ropa está empapada.
Raquel rápidamente sacó un pañuelo y comenzó a secarla.–Lo siento mucho, de veras no fue mi intención.
La camisa blanca mojada se pegaba a su cuerpo, dejando ver vagamente sus músculos firmes. Raquel tomaba el pañuelo y lo deslizaba hacia abajo, pasando por su cinturón negro, secando sus pantalones mojados…
-Raquel…
Su voz grave resonó sobre su cabeza.
Raquel continuó secando sin distraerse. -¿Qué pasa?
-¿Fue a propósito?
¿Qué fue a proposito?
Raquel se detuvo y, al ver la evidente forma en sus pantalones, se sonrojó profundamente.
Capitulo 255
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Retrocedió varios pasos. -En serio no fue mi intención…
Alberto la miró.–La ropa está mojada, voy a darme una ducha. Mi secretaria traerá ropa nueva, te la dejo a ti.
Dicho esto, se dio la vuelta y entró al baño.
Pronto, desde dentro, se escuchó el sonido del agua fluyendo; ya se estaba duchando.
Raquel tenía el rostro encendido. Realmente no lo había hecho a propósito. ¿Cómo podía…
Pronto se escucharon unos golpecitos en la puerta. Era Francisco, el secretario.
—Señora, aquí están las prendas del señor.
-Muchas gracias.
Raquel tomó la bolsa con la ropa. Sacó la camisa y los pantalones nuevos. La ropa de él siempre la lavaban las sirvientas con suavizante y luego la planchaban, quedando perfectamente tersa y elegante.
Raquel tomó la ropa y tocó la puerta del baño.–Presidente Alberto, aquí está su ropa.
Desde dentro, el sonido del agua continuaba. La voz grave de él llegó desde el interior.–Entra y ponla sobre la mesa.
Raquel abrió la puerta del baño y entró.
Él estaba en la ducha, con la puerta de vidrio esmerilado impidiendo que lo viera. Raquel no miró en su dirección. Colocó la ropa sobre la mesita. -Presidente Alberto, la ropa la voy a dejar aquí sobre la mesita de noche.
Se dio la vuelta para salir.
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