Capítulo 343
Alberto, acompañado por el secretario Francisco y otros asistentes, llegó a Santa Rosa. Al entrar, vio a varios aldeanos y se acercó rápidamente para preguntar: -Hola, ¿pueden decirme si hoy han llegado dos personas a su aldea?
Los aldeanos lo miraron con desconfianza. -¿Quiénes son ustedes? ¿Qué hacen aquí?
Alberto respondió honestamente. -Venimos a buscar a unas personas.
Los aldeanos hicieron un gesto de rechazo. -No ha entrado nadie a nuestra aldea. Aquí no recibimos forasteros. Váyanse de inmediato.
Algunos aldeanos comenzaron a empujarlos para que se fueran.
El secretario Francisco intentó intervenir. -Ustedes…
Pero Alberto levantó la mano para detenerlo. -Está bien, les agradecemos. Nos vamos ahora
mismo.
Alberto se dio la vuelta para marcharse.
El secretario Francisco, confundido, dijo: -Presidente Alberto, ¿por qué nos vamos? Siento que la señorita Raquel y Carlos están dentro.
Alberto, con los ojos afilados como los de un halcón, respondió: -No es solo una sensación, es un hecho. Raquel y Carlos están dentro, seguro.
-Entonces, ¿por qué nos vamos?
-¿No lo viste? Esos aldeanos son muy excluyentes. Ya vi que alguien se adentró en la aldea a llamar a otros. No tenemos muchos hombres con nosotros y estamos en territorio ajeno. No podemos enfrentarlos a la fuerza.
El problema es que aún no sabe exactamente dónde están Raquel y Carlos. Si intentan forzar la situación, lo único que lograrán será ponerlos en peligro.
Si Raquel y Carlos están en la aldea, Alberto se siente como si estuviera atrapado, sin poder
hacer nada.
-Presidente Alberto, ya he mandado a llamar a más refuerzos.
Alberto asintió. —Ahora necesitamos encontrar la manera de entrar en la aldea.
En ese momento, una voz femenina se escuchó: -¿Quiénes son ustedes?
Alberto se dio vuelta y vio a Azucena.
Azucena era la hija del jefe de la aldea, y la hermana menor de Raúl.
Capitulo 343
Desde lejos, Azucena había reconocido a Alberto. Él era alto y apuesto, con una presencia elegante que atraía las miradas de las mujeres, como un imán. No importaba dónde estuviera, siempre era el centro de atención.
Azucena era la mujer más guapa del lugar y nunca había conocido a un hombre tan atractivo y elegante como Alberto, por lo que decidió acercarse.
Azucena miró a Alberto y dijo: -Soy la hija del jefe de la aldea, ¿en qué puedo ayudarles?
Los ojos de Alberto se iluminaron. No esperaba que Azucena se acercara de esta manera.
-Hola, venimos a buscar a unas personas.
-¿A quién buscan?
-Un hombre y una mujer. El hombre es muy guapo y la mujer es muy bonita.
Azucena lo miró de manera sugestiva. -¿Y esa mujer tan hermosa, qué relación tiene contigo?
El secretario Francisco pensó para sí mismo: Parece que el presidente Alberto está otra vez atrayendo la atención de las mujeres.
Alberto sabía que Azucena se sentía atraída por él. Tenía muchas mujeres a su alrededor, de todo tipo, y todas caían a sus pies. Era capaz de percatarse de los sentimientos de las mujeres
con solo mirarlas.
Ahora necesitaba la ayuda de Azucena, así que usaría su encanto para conseguirla.
-Esa mujer tan hermosa es mi hermana, y el hombre tan guapo es mi hermano. Ambos cayeron al mar desde un yate y llegaron aquí. He venido a buscarlos.
Azucena, visiblemente contenta, preguntó: -¿Y estás casado?
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