Capítulo 173
La señora Santana arrugó el entrecejo mientras evocaba aquel desafortunado episodio cuando Margarita irrumpió en su residencia profiriendo disparates. En aquel momento desconocía que la “nuera” de la que Margarita despotricaba era precisamente señorita Siete, lo cual le resultaba desconcertante. La inusual animosidad de una suegra hacia su nuera la perturbaba profundamente; semejante hostilidad solo podría justificarse ante alguna falta
verdaderamente imperdonable.
Posteriormente, al indagar en la historia de señorita Siete y descubrir su vínculo familiar con Margarita, comprendió que todo había sido una elaborada telaraña de mentiras. Si algo conocía con certeza, era la integridad del carácter de señorita Siete.
San Antonio, patrono de matrimonios prósperos, no podía estar recibiendo súplicas de Margarita por su propio enlace, pues ya tenía esposo; sus ruegos solo podían estar dirigidos hacia su hijo. ¡Y apenas había “perdido” a su nuera!
La indignación se apoderó instantáneamente de señora Santana, quien llamó discretamente al guardaespaldas para que escoltara a la anciana Úrsula a reposar. Al girarse, divisó a Margarita sosteniendo tres varitas de incienso mientras oraba fervorosamente ante la imagen de San Antonio, murmurando palabras apenas audibles.
Avanzó cautelosamente y las súplicas de Margarita se tornaron nítidas.
-Te imploro, San Antonio, protege a mi hijo y concédele una nuera digna, una señorita de linaje distinguido…
-Que jamás vuelva a unirse con otra mujer como Esmeralda, que destruyó nuestra existencia.
-Si mi hijo encuentra lo que anhela, juro regresar con generosas ofrendas.
Señora Santana escuchaba aquella letanía mientras apretaba su bolso con creciente irritación, consumida por una indignación abrumadora. La existencia de una suegra tan despreciable le resultaba inconcebible.
Margarita concluyó su plegaria y se disponía a depositar el incienso cuando, al abrir los ojos, se encontró con la presencia iracunda de señora Santana a su lado, sobresaltándose violentamente.
-¡Cielos! Por poco me provoca un infarto.
Su exclamación perturbó la serenidad del recinto sagrado, atrayendo miradas inquisitivas de los presentes.
-¡Vaya sorpresa, señora Santana! ¿Qué la trae por estos santos lugares? ¡De haberlo sabido, hubiéramos coordinado nuestra visita!
-¿Quién desearía compartir cualquier actividad contigo?
La furia de señora Santana era tal que las palabras escapaban de sus labios sin filtro, mientras observaba a Margarita con desprecio manifiesto.
-¿Acaso he cometido alguna ofensa?
Margarita, visiblemente confundida, repasaba mentalmente sus recientes interacciones, sin identificar algún comportamiento que justificara tal hostilidad. ¿Sería posible que las familias aristocráticas alimentaran rencores tan profundos por insignificancias verbales?
Recordando las advertencias de su hijo sobre evitar enfrentamientos con la familia Santana, Margarita activó rápidamente sus mecanismos de diplomacia social. Con una sonrisa forzada que apenas disimulaba su nerviosismo, comentó:
-¿También ha venido a elevar plegarias a San Antonio? Seguramente comparte nuestras inquietudes maternas por el bienestar de nuestros hijos. Las preocupaciones de una madre son interminables, ¿no es así?
El decoro y las convenciones sociales impidieron que señora Santana expresara abiertamente su reprobación. Tras inhalar profundamente para recuperar la compostura, inquirió:
-Si mi memoria no falla, tu nuera falleció recientemente, ¿correcto?
-Efectivamente.
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