Capítulo 40
-¿Entonces a Araceli no le cae bien Sandra? -preguntó Esmeralda, inclinando la cabeza con curiosidad.
La pequeña negó con un gesto firme, sus rizos rebotando al compás.
-Sandra siempre dice que soy mala, que mi mamá es mala y me pide que no le cuente a nadie -respondió con voz suave, casi como un secreto que se escapaba de sus labios.
Esmeralda alzó la mirada hacia Isaac. Sus ojos se encontraron en un instante de complicidad silenciosa, como si una corriente invisible los uniera en la misma certeza.
“Se cree la suegra de verdad, como si tuviera algún derecho sobre esta casa“, pensó Esmeralda, mordiéndose el labio para contener una mueca.
Isaac, con la voz grave que resonaba como un eco profundo, anunció:
-Mañana hablaré con tu madre. Le pediré que la reemplace de una vez.
Araceli titubeó, sus deditos jugando con el borde de su pijama.
-¿Pero qué pasa si Sandra se queda sin dinero para comer, tío? Aunque no siempre sea buena, me ha cuidado muchos años.
La ternura de la niña era un destello de luz en medio de la penumbra. Esmeralda esbozó una sonrisa cálida, inclinándose hacia ella.
-Araceli, ser amable es un tesoro, pero a veces, si lo das todo sin medida, terminas lastimándote. ¿Me entiendes?
-¿Qué significa eso de “demasiado amable“, tía? -preguntó la pequeña, ladeando la cabeza con ojos grandes y llenos de preguntas.
-Es cuando alguien hace algo malo, no se arrepiente de verdad y, aun así, sientes que debes perdonarlo. No siempre es necesario.
Los ojos de Araceli se iluminaron, como si un mundo nuevo se abriera ante ella.
-¡Ah! Entonces, la próxima vez que Pablo me pegue, le voy a decir que no lo perdono.
El rostro de Esmeralda se ensombreció al instante, una chispa de inquietud atravesándola.
-¿Pablo te ha pegado? -preguntó, con la voz tensa como cuerda a punto de romperse.
-Sí, me quitó mis cosas y luego me golpeó -respondió Araceli, haciendo un leve puchero.
Esmeralda apretó los dientes, el aire entrando con dificultad por su nariz. Tantos años guiando a Pablo, enseñándole modales y respeto, parecían deshacerse como arena entre los dedos.
-Y no era así antes -continuó Araceli, con la boquita fruncida-. Últimamente se porta muy pesado.
13
16:52 1
-Araceli, escúchame bien -dijo Esmeralda, suavizando el tono pero con firmeza-. La próxima vez que te pegue, tienes que contárselo a la maestra, ¿está claro?
-¡Sí, tía, lo voy a hacer! -prometió la pequeña, asintiendo con entusiasmo.
Araceli dejó escapar un bostezo, sus párpados temblando de sueño. De pronto, como si recordara algo importante, se trepó a la cama con agilidad, se acomodó en el centro y dio palmaditas a ambos lados.
-¡Tío, tía, vengan a dormir conmigo! – exclamó con una sonrisa traviesa.
Esmeralda se quedó inmóvil, un nudo creciendo en su garganta. Isaac, a su lado, tampoco reaccionó de inmediato.
Era la primera vez que Esmeralda compartía una cama con un hombre que no fuera Valentín. El calor le subió al rostro mientras tomaba un cuento de la mesita, intentando refugiarse en las palabras.
Araceli, aunque agotada, luchaba contra el sueño, sus ojitos entrecerrándose mientras Esmeralda leía en voz baja. La curiosidad la mantenía despierta, imaginando cómo su tío y su tía traerían a esa hermanita que tanto anhelaba.
“Demasiado sueño… pero primero la hermanita“, pensó la niña, sus pensamientos deshilándose como hilos sueltos.
Finalmente, murmuró algo sobre “hermanita” y se rindió al abrazo del sueño. Esmeralda cerró el libro con un suspiro quedo, aliviada por el silencio que envolvía la habitación.
Isaac intentó levantarse para cargar a la pequeña, pero una leve vacilación en sus movimientos reveló su debilidad.
-Tranquilo, yo la llevo -dijo Esmeralda, adelantándose con suavidad para tomar a Araceli en sus brazos.
La niña dormía plácidamente, su respiración ligera como un susurro mientras Esmeralda la trasladaba a la habitación de invitados. Afortunadamente, no despertó.
-Aún es temprano -murmuró Isaac, su voz baja cargada de una intención sutil.
Las orejas de Esmeralda se tiñeron de rojo. Giró la cabeza hacia él, atrapada entre la sorpresa y la timidez.
-¿Te refieres a…? -comenzó, pero él la interrumpió con una sonrisa leve.
Comments
The readers' comments on the novel: La Falsa Muerte de la Esposa