Capítulo 99
Esmeralda paseó la mirada por la habitación, evaluando con rapidez cada detalle a su alrededor, cuando el timbre resonó con un eco breve pero insistente.
-¡Es el Dr. Jáuregui! ¡Ya llegó el Dr. Jáuregui! – exclamó Jazmín, vibrando de entusiasmo.
Detuvo a Eugenia, que ya se encaminaba hacia la puerta, y con pasos decididos se adelantó ella misma para recibir al visitante. Esmeralda, serena, observaba desde su rincón, intrigada por descubrir quién aparecería tras el umbral.
-Dr. Jáuregui, pase, por favor
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invitó Jazmín con una cortesía casi teatral.
-Hmm – respondió él, lacónico.
Acompañándola, entró un hombre de sienes plateadas, gafas reposando sobre su nariz y una túnica tradicional que ondeaba ligeramente al caminar. Esmeralda torció los labios en una mueca sutil, apenas perceptible.
“¿Qué es esto…? Por un momento creí que sería el verdadero viejo“, pensó, mientras sus ojos escrutaban al recién llegado. “No es más que un farsante sacado de algún rincón olvidado.”
Margarita, al verlo, se incorporó con una agilidad sorprendente para su estado, los ojos
brillantes de emoción.
–
-Dr. Jáuregui, qué honor conocerlo al fin – dijo, efusiva –. He oído tanto de usted que no creía que este día llegaría.
El supuesto doctor, con aire enigmático, se acarició la barbilla mientras deslizaba una mirada experta hacia la pierna de Margarita.
-¿Es esa pierna la que le está dando problemas? – preguntó, como si ya lo supiera todo.
-¡Sí, sí, mi pierna! – confirmó ella, ansiosa -. Hace años que me duele de vez en cuando, y nadie ha podido sanarla.
Con una risotada grave, el charlatán se dejó caer en el sofá, ocupando el espacio con una confianza exagerada.
–
-Todos esos médicos no sirven para nada afirmó, despectivo. Imposible que curen algo con sus métodos.
-¡Tiene toda la razón! – asintió Margarita, fervorosa, antes de girarse hacia Eugenia con una mueca de fastidio. ¿Y tú qué haces ahí parada? Ve a traerle un café al doctor, ¡rápido!
Eugenia, sobresaltada, dio un pequeño brinco y se apresuró a obedecer.
-Dr. Jáuregui, pruebe esto, es un café excelente – ofreció, nerviosa, extendiendo la taza.
Esmeralda, con los brazos cruzados, contemplaba la escena con una sonrisa cargada de ironía. El hombre sabía cómo vender su papel: alzó la taza, la olió con gesto teatral, tomó un sorbo y, arrugando el ceño, la depositó sobre la mesa con desprecio.
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Capítulo 99
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-¿Esto es lo mejor que tienen? gruñó. No se compara con el café que cultivamos en el Monasterio Legado de Hipócrates.
-Pfff…
–
Esmeralda contuvo a duras penas una carcajada.
Por un instante, casi se lo había creído. Pero no. El verdadero viejo era un devoto de lo dulce, un fanático de la Coca–Cola que jamás tocaría algo tan amargo como ese café. Hermano Yeray se lo había reprochado mil veces, sin éxito. Hasta tiró su té una vez, solo para vengarse comprando cajas enteras de refresco. Estos impostores ni siquiera se molestaban en investigar bien.
El semblante de Margarita se ensombreció al instante.
–
-¿Qué pasa contigo, Eugenia? – llamó, cortante –. ¿De verdad usaste mis mejores granos?
-¡Sí, sí!
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