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El CEO se Entera de Mis Mentiras novel Chapter 237

Capítulo 237

La última frase de Raquel, esa noche no usaste, se desvaneció en un susurro, y Alberto no la escuchó claramente.

Solo alcanzó a oír la primera parte de su frase, cuando ella dijo que ya no quería tomar la píldora anticonceptiva.

Alberto, naturalmente, pensó en aquella vez en que ella se desmayó debido a una reacción alérgica al anticonceptivo que tomaba por Ramón, y sus labios delgados se curvaron en una sonrisa fría y sarcástica. —Si pudiste tomar la píldora por otro hombre, ¿por qué no puedes tomarla por ?

¿De qué estaba hablando él?

¿Cuándo había tomado ella anticonceptivos por otro hombre?

Antes, él la había malinterpretado, creyendo que había estado con muchos hombres soportaba, pero esa noche, él ya sabía que era su primera vez. Aún así, decía esas cosas.

Raquel apretó el puño y le dio un golpe.

Todavía sentía resentimiento hacia él, lo odiaba.

Alberto no evitó el golpe; lo recibió y luego, con una mano, agarró su pequeño puño,

cambiando el gesto a tomar su mano, y la condujo a salir.

-Espera, no he comprado los preservativos -Raquel susurró.

y que lo

Alberto se detuvo y miró las cajas en el estante. -Te doy otra oportunidad, elige de nuevo.

Bajo su mirada, Raquel extendió la mano y eligió la caja más grande.

Ella ya estaba siendo obediente.

Alberto sonrió levemente, soltó una risa burlona y la arrastró hacia la caja registradora. Después de pagar, la volvió a arrastrar al auto.

En el RollsRoyce Phantom, Raquel miró la hora. Desde allí hasta la Villa Cielo Claro, tomaría media hora. Esa media hora sería suficiente.

Volvió la cabeza y miró al hombre a su lado. -Presidente Alberto, mejor vamos a la Villa Cielo Claro.

La mirada de Alberto cayó sobre su pequeño rostro de ángel, y de repente dijo: -Siéntate sobre mis piernas.

Raquel se quedó en silencio por un momento.

Capitulo 237

Alberto extendió la mano, y sin esfuerzo, la levantó del asiento del copiloto y la sentó directamente sobre su firme muslo.

El muslo del hombre era fuerte y lleno de energía masculina, y cuando Raquel se sentó sobre él, su rostro se encendió de inmediato.

-Presidente Alberto, ¿qué haces? Estamos en el auto -Raquel intentó levantarse.

Alberto la rodeó con fuerza, impidiéndole moverse. -¿Acaso nunca lo hemos hecho en el auto? ¿Hoy no puedes soltarte?

Raquel vaciló un momento.

Comenzó a luchar. -Presidente Alberto, mejor vamos a la Villa Cielo Claro.

El asiento del conductor ya era pequeño, y sus cuerpos estaban muy cerca. Cuando ella se movió, su cuerpo delicado comenzó a retorcerse en su abrazo, y la mirada alargada de Alberto

se tiñó de deseo.

Una mano rodeó su suave cintura, mientras que la otra se colaba por el borde de su ropa. Su respiración caliente se derramaba sobre su rostro delicado, y la advirtió: -No te muevas.

Desde el Grupo Díaz, ella ya había encendido su fuego. No había dejado de molestarle en todo el camino, y él ya había deseado darle una lección.

Raquel frunció el ceño, y con ambas manos, sujetó su muñeca que estaba expuesta. Sin querer, tocó el reloj de acero en su muñeca. Era frío, lujoso, y con fuerza empujó su brazo. Presidente Alberto, me dueleme haces daño

Cuando gritó me duele, su voz sonaba fría, frágil y con una pizca de sensualidad. Alberto de repente sintió que ya había visto esa expresión antes.

En aquel sueño primaveral.

Ese sueño se hizo claro en ese momento, como si no fuera un sueño, sino algo que realmente

había sucedido.

Ahora, eso despertó la sensación que había quedado en su cuerpo desde aquella noche.

Alberto bajó la mirada oscura y la fijó en ella. Si duele, tendrás que soportarlo.

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